Tras las huellas del cazador
Cuando Gabriel Rimachi Sialer me obsequió su libro El cazador de dinosaurios[1], lo primero que llamó mi atención fue el cuidado de la edición. Elegante por donde se lo mire. Al llegar a mi casa lo acomodé junto a los otros libros que esa noche generosamente me habían obsequiado. Paso el tiempo y el libro sequía en los anaqueles de mi biblioteca hasta que una tarde antes de salir al trabajo busqué algo para ir leyendo durante el trayecto de mi hogar a mi centro de labores. Así que escogí el libro de Gabriel. Muy buena elección. Lo disfruté al máximo. Pero sin darme cuenta había abierto una brecha que debía separarnos: la lectura
La lectura es peregrinación nos dice Octavio Paz[2], pero también es libertad. Libertad, que según el poeta mexicano, le permite al lector no solamente descifrar la obra sino caminar por “los senderos que traza la escritura”, y ahí precisamente encontramos la validez del Cazador: la capacidad de leer sus historias de distintas maneras y sobretodo porque nos vemos retratados de alguna forma en ellos. Este proceso indudablemente nos llevará a tener en cuenta, no solamente al escritor, que por definición se expresa en sus libros, sino también al individuo, siempre difuso, contradictorio y cambiante, oculto aquí y visible allá. Pero no debemos olvidar que la realidad central hay que buscarla en la obra, que es al fin y al cabo la que importa.
Gabriel Rimachi Sialer es uno de eso pocos escritores que no puede renegar de una tradición sea esta propia o ajena. Es un narrador con mucha técnica (claramente se distancia de sus coetáneos[3] de finales de los años 90) desarrolla un trabajo genuino donde el principal protagonista es el lenguaje. Un lenguaje bien trabajado y tratado, donde incluso se percibe ciertos halos poéticos en atmósferas, que como buen camaleón, cambian de color: oscuras, grises, tristes, hilarantes y surrealistas. Sus historias cumple el requisito de todo buen cuento: buen inicio, tramas cautivantes y expectantes y finales redondos e inesperados.
Invito al curioso lector a leer cuentos como “Técnica mixta”. La historia es contada por un narrador testigo, sus ojos no se desprenden en ningún momento del personaje central, lo acompaña, lo compadece, nos trasmite su desesperación, su locura y su triunfo final. En ese ambiente surrealista vemos aparecer personajes célebres del arte sacados de su habitad natural y solo al final el narrador se revela: un perro. Sin duda un cuento bien logrado a nivel del manejo de las técnicas narrativas.
Otro cuento que merece una atenta lectura es “La noche del campeón” donde el autor se sirve de un mito urbano para mostrarnos la verdadera naturaleza del ser humano, aquella que obedece a los instintos sin medir las consecuencias de sus actos.
Por su puesto no podía quedar fuera el relato que le da nombre a esta antología personal. Aquí Rimachi Sialer hace gala de un humor fino y un sarcasmo a pedir de boca. El protagonista de este cuento se metamorfosea de tal manera que podemos establecer inevitablemente un paralelo entre narrador y autor. Podríamos decir que el personaje de Rimatti es una re-creación de él mismo. Se burla finamente del oficio de escritor y donde además confiesa una admiración parricida por el nobel Vargas Llosa. Hilarante historia que atrapa el lector de principio a fin y que nos roba no solo una si no múltiples carcajadas.
Gabriel Rimachi Sialer en su oficina de su casa en Magdalena |
Sin temor a equivocarme creo que Gabriel Rimachi Sialer es, sino el mejor narrador de los últimos años de la narrativa peruana, está entre los mejores. Larga vida al cazador.
Vedrino Lozano Achuy
[1] Rimachi Sialer, Gabriel. El cazador de dinosaurios. Ediciones Altazor. Lima 2009
[2] Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe. Alianza Editorial 1997
[3] No empleamos el término manido de generación porque consideramos que es un narrador insular además que este método compartiendo la idea de Fernando Carrasco conlleva a formar lecturas reducidas y parcializadas. No es nuestra intención hacer eso.
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